Quizás una criatura mística, concebida por miles de turistas creyentes de distintas deidades. Cúmulo de prendas, rosarios, ositos, y hasta quizás ataduras o trabajos de macumba. Su esqueleto es el recuerdo vago de lo que fuera alguna vez, una cruz católica.

Desde entonces, resiste estoico y con ayuda de terratenientes, contra vientos, lluvias y rayos, e incluso a fieles católicos que intentaron reemplazarlo con una nueva e imponente cruz iluminada. Mientras tanto, continúa manifestándose como una presencia que transmite, quizás espanto por lo que algunos aprecian entre sus harapos, y para otros, respeto a no tocarlo por miedo a vaya a saber que les pueda suceder.

Su postura parece señalar al norte, quizás queriendo indicarle de reojo a pueblos llenos de esperanza, un rumbo de grandeza esquiva, que espera entre sus sierras, pero no sin dar nada antes a cambio.

Un nuevo atractivo turístico (o repulsivo) en Sierra de la Ventana, que brilla con luz ajena, producto del reflejo de un pueblo por las noches bajo la luz de las estrellas, y parece convocar a más almas valientes en un ascenso nocturno al cerro, a alimentar su presencia con «votivas» (proviene del latín votum, que significa promesa o voto), como muestra de devoción, gratitud o para pedir favores.

Gracias a todos los que pensaron que el nuevo atractivo se trataría de: una aerosilla, un tobogán de agua, una pista de hielo, un taller literario, etc. ¿Quizás algún día, el Ceferingo los haga realidad?

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